Arrianismo y semiarrianismo
El arrianismo tomó su nombre de Arrio (256-336) sacerdote de Alejandría y después obispo libio, quien desde el 318 propagó la idea de que no hay tres personas en Dios sino una sola persona, el Padre. Jesucristo no era Dios, sino que había sido creado por Dios de la nada como punto de apoyo para su Plan. El Hijo es, por lo tanto, criatura y el ser del
Hijo tiene un principio; ha habido, por lo tanto, un tiempo en que él no existía. Al sostener esta teoría, negaba la eternidad del Verbo, lo cual equivale a negar su divinidad. A Jesús se le puede llamar Dios, pero solo como una extensión del lenguaje, por su relación íntima con Dios.
Admitía la existencia del Dios único, eterno e incomunicable; el Verbo, Cristo, no divino sino pura creatura, aunque más excelsa que todas las otras y escogido como intermediario en la creación y la redención del mundo. Aunque Arrio se ocupó principalmente de despojar de la divinidad a Jesucristo, hizo lo mismo con el Espíritu Santo, que igualmente lo percibía como creatura, e incluso inferior al Verbo.
Arrio, tras formarse en Antioquía, difunde sus ideas en Alejandría, dónde en el 320, Alejandro, obispo de Alejandría, convoca un sínodo que reúne más de cien obispos de Egipto y Libia, y en el se excomulga a Arrio y a sus partidarios, ya numerosos. No obstante, la herejía continúa expandiéndose, llegando a desarrollarse una crisis de tan grandes proporciones, que el Emperador Constantino el Grande se vio forzado a intervenir para encontrar una solución. Fue el Concilio de Nicea, el 20 de mayo del 325 D.C., donde el partido anti-arriano bajo la guía de San Atanasio, diácono de Alejandría, logró una definición ortodoxa de la fe y el uso del término homoousion (consustancial, de la misma naturaleza) para describir la naturaleza de Cristo:
««Creemos en un solo Dios Padre omnipotente... y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre...»» (Manual de Doctrina Católica Denzinger - Dz 54).
Fueron condenados los escritos de Arrio y tanto él como sus seguidores desterrados, entre ellos Eusebio de Nicomedia. Aunque no era arriano, Constantino gradualmente relajó su posición anti-arriana bajo la influencia de su hermana, quien tendía simpatías arrianas. A Eusebio y a otros se les permitió regresar y pronto comenzaron a trabajar para destruir lo hecho en el Concilio de Nicea. Por los manejos de Eusebio de Nicomedia, Constantino intento traer a Arrio de regreso a Constantinopla (334-335) y rehabilitarlo, pero murió antes de que llegara. Aprovechando la nueva situación, el partido arriano fue ganando terreno y logró el exilio de San Atanasio, quien ya era obispo de Alejandría, y de Eustaquio de Antioquía. Avanzaron aún más durante el reinado del sucesor de Constantino en Oriente, Constancio II (337-361), quien dio un apoyo abierto al arrianismo.
En el año 341 se celebró un Concilio en Antioquía, el cual no fue reconocido como concilio ecuménico y fue encabezado por Eusebio de Nicomedia. Este Concilio aceptó varias afirmaciones heréticas sobre la naturaleza de Cristo. La oposición fue tal en Occidente, que Constancio II, emperador de Oriente, y Constante, de Occidente, convinieron en convocar un Concilio en Sárdica en el 343, donde se logró el regreso de Atanasio y su restauración como obispo de Alejandría, así como la deposición de sus sedes de muchos obispos arrianos.
Tras la muerte de Constante y el advenimiento de Constancio como único emperador en el año 350, los arrianos recuperaron mucho de su poder, generándose persecuciones anticatólicas en el Imperio. Durante este período se dio el momento de mayor poder y expansión de la herejía arriana con la unificación de los diversos partidos en el interior del arrianismo en el año 359 y su máximo triunfo doctrinal en los concilios de Seleucia y Arimino.
Cuando parecía humanamente que la fe católica se perdía, las cosas se volvieron en contra del arrianismo. Constancio murió en el año 361, dejando al arrianismo sin su gran protector. Más adelante los semiarrianos, escandalizados por la doctrina de sus copartidarios más radicales, empezaron a considerar la posibilidad de algún arreglo.
Bajo el gobierno del emperador Valentiniano (364-375), el cristianismo ortodoxo fue restablecido en Oriente y Occidente, y la ejemplar acción de los Padres Capadocios (San Basilio y San Gregorio Nacianceno) condujo a la derrota final del arrianismo en el Concilio de Constantinopla en el año 381.
La herejía no moriría aun por siglos y crecería en algunas tribus germánicas que habían sido evangelizadas por predicadores arrianos, las cuales la traerían de nuevo al Imperio en el siglo V con la invasión de Occidente. Aunque todavía se encuentran grupos de cristianos-arrianos en el Oriente Medio y el Norte de África, el arrianismo profesado como tal desapareció hacia el siglo VI.
Como ocurre con otras herejías, hay siempre quienes, sin definirse herejes, sostienen todavía esos errores. Se trata de una batalla por la verdad en la que el espíritu del error no se da por vencido.
Los semiarrianos, también llamados homousianos, ocupan un lugar intermedio entre los arrianos radicales o anomeos que predicaban una clara diferenciación entre el Padre y el Hijo, y la fe ortodoxa del Concilio de Nicea. Ellos asumen el término homoiousios, pero en el sentido de similitud y no de consustancialidad. Resaltan, pues, simultáneamente similitudes y diferencias entre el Padre y el Logos.
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