domingo, 2 de septiembre de 2012

AMOR PROPIO




¿Que es el amor de sí mismo? 
Cardenal Joseph Ratzinger

¿Puede existir el amor de sí mismo?, ¿Cómo se debe entender?.

Si nos dirigimos con esta cuestión a la Biblia, encontraremos en primer lugar posiciones aparentemente contradictorias. Escuchamos, por ejemplo, palabras como. “si uno quiere salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida, por mi y por la buena noticia, la salvará” (Mc 8,35). Y aún suenan más fuertes las siguientes palabras de Jesús: “Si uno quiere ser de los míos y no me prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío “. En la misma dirección se mueven las palabras de la negación de sí como presupuesto necesario para el seguimiento de Jesús (Mc 8, 34) y otros textos.
Por otra parte se ha dicho que hay que amar al prójimo "como a ti mismo". Pero esto significa lo siguiente: el amor de sí mismo, la afirmación del propio ser, ofrece la forma y la medida para el amor al prójimo. El amor de sí mismo es una cosa natural y necesaria, sin la que el amor al prójimo perdería su propio fundamento. Pero ¿como es posible encontrar una unidad interna en estos dos grupos de textos?.

Todos los hombres han sido llamados a la salvación. El hombre es querido y amado por Dios y su tarea máxima consiste en corresponder a este amor. No puede odiar lo que Dios ama. No puede destruir lo que esta destinado a la eternidad. Ser llamados al amor de Dios es ser llamados a la felicidad. Ser felices es un deber humano-natural y sobrenatural.
Cuando Jesús habla de negarse a sí mismo, de perder la propia vida, etc, esta indicando el camino de la justa afirmación de sí (amor de sí mismo) que reclama siempre un abrirse, un trascender. Pero la necesidad de salir de sí, no excluye la autoafirmación, sino todo lo contrario: es el modo de encontrarse a sí mismo y de "amarse".

No es difícil odiarse a sí mismo, pero las gracias de las gracias sería amarse a sí mismo como un miembro del cuerpo de Cristo. El realismo de esta afirmación es evidente. Hay muchas personas que viven en contradicción consigo mismas. Su aversión a sus propias personas, su incapacidad de aceptarse y de reconciliarse consigo mismas, queda muy lejos de la “auto – negación “ pretendida por el Señor. Quien no se ama a sí mismo no puede amar a su prójimo. No le puede aceptar “como sí mismo“, porque esta contra sí mismo y por tanto es incapaz de amarle partiendo de los profundo de su ser.

Todo esto significa lo siguiente: egoísmo y amor auténtico de sí mismo no solo no son idénticos, sino que se excluyen. Uno puede ser un gran egoísta y estar en discordia consigo mismo. Sí, el egoísmo proviene con frecuencia precisamente de una laceración interna, de un intento de crearse otro yo, mientras que la justa relación con el yo crece con la libertad de sí mismo.

Incluso se podría hablar de un círculo antropológico: en la medida en que uno se busca siempre a sí mismo, intenta realizarse e insiste en la plenitud del propio yo, el resultado es contradictorio, penoso y triste. El individuo se disolverá en mil formas y al final quedará únicamente la huída de sí mismo, la incapacidad de soportarse. El refugio en la droga o en otras múltiples formas de egoísmo es, en sí contradictorio.

Sólo el sí que me viene dado de un tú me posibilita una respuesta afirmativa a mí mismo, en el tú y con el tú. El yo se realiza mediante el tú. Por otra parte resulta también cierto que únicamente quien se ha aceptado a sí mismo puede decir sí al otro. Aceptarse a sí mismo, “amarse “, presupone a su vez la verdad, y postula el encuentro en un camino hacia esa verdad.

Amor propio o amor de sí mismo
Padre Jordi Rivero

El amor de sí mismo es bueno cuando consiste en la afirmación de la identidad que Dios nos ha dado: somos hijos de Dios, creados para darnos amorosamente al Padre y a nuestros hermanos. Al descubrir esta identidad somos verdaderamente felices y nuestro corazón se eleva en alabanza y acción de gracias; valoramos nuestra dignidad humana y la del prójimo; desarrollamos nuestra vocación y todo lo evaluamos y empleamos según su fin último que es darle gloria a Dios. "Todo para mayor gloria de Dios"- decía San Ignacio de Loyola.
El falso amor propio, por el contrario, conduce a la persona a centrarse en si misma. Se pierde de vista que existimos para amar y ser amados. Dios y el prójimo se convierten en la competencia. Este amor propio constituye una grave distorsión de la realidad.
Por la concupiscencia, el hombre tiende hacia hacia un amor propio desenfrenado y enfermizo, fuera del orden de Dios. Por ese amor propio nos colocamos en primer lugar, por encima de Dios y del prójimo. El falso amor propio es la raíz de todo pecado porque se opone al fundamento principal de la ley de Dios que es: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente." Mateo 22,37. Por el amor propio nos ponemos en el lugar que le corresponde solo a Dios. ¡Que gran engaño! Y ocurre con frecuencia.

Algunas manifestaciones del amor propio pecaminoso:
• Lo vemos todo en relación a nuestro interés. Buscamos primero complacernos a nosotros mismos, antes que a los demás.
• Nuestro hablar, en su mayoría, tiene como fin atraer la atención hacia nosotros mismos. Alardeamos de nuestras supuestas capacidades y virtudes. Hacemos lucir mal al prójimo por considerarlo inferior a nosotros.
• Nos quejamos ante Dios por no haber recibido lo que merecemos en la vida, en las relaciones, en el trabajo. Caemos en la auto conmiseración. Exageramos nuestras cargas y dificultades y no vemos las del prójimo. Pensamos que merecemos mas atención. 
• Pensamos mas en lo vano y pasajero: comodidad, apariencias, fama, salud.
Para vencer el falso amor propio debemos deleitarnos en ser amados de Dios y corresponderle.
De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.» Lucas 17,10
El hombre encuentra su identidad cuando "no busca su interés" (1 Cor 13,5; Cf. Flp 2,21).
El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. -Juan 12,25
• Pensar primero en Dios y en los demás, como complacerlos.
• Valorar lo que otros hacen y sufren
• Hablar solo para edificar, con humildad; no criticar.
• Apreciar el valor redentivo del sufrimiento y ser agradecidos al Señor.
• Actuar con disciplina, sacrificio y orden imitando a Jesús, María y los santos.

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